Razones para escribir. Dejar al descubierto las emociones y los sentimientos profundos siempre me planteó dudas. No me cuesta hacerlo con los amigos que me conocen, o con la familia que sabe lo que me ronda por la cabeza con solo mirarme a los ojos, pero abrir las ventanas de mi alma, de par en par, y dejar que todo el mundo vea lo que hay dentro, eso siempre me pareció correr riesgos. Bien es verdad que en esta oscura etapa de mi vida, en este nuevo yo que estoy intentando construir tras la demolición que ha supuesto la muerte de mi hija María, el miedo se ha diluido. La tragedia existencial, el infierno que he conocido, no puede situarme más abajo, y quizás escribir sin pudor, me ayude en esta deriva o en el más remoto de los casos, quizás pueda a ayudar a alguien. Cuando sucede lo innombrable. Yo, que ni siquiera sabía lo que era el duelo, me encuentro, de pronto, en un club al que nadie quiere pertenecer, el de los padres que han perdido un hijo. El club de las personas q
Ahora que las mascarillas nos uniforman como autómatas ocultando nuestras sonrisas y una especie de tristeza universal lo envuelve todo, ahora que cualquier lugar cercano nos resulta inalcanzable y casi exótico, sospecho que no hemos aprendido nada. Nada, excepto a lavarnos las manos… Transito desde los pinceles y los colores hacia las palabras que con sus alas me llevan de viaje a los recónditos lugares de mi universo particular y lo hago lentamente, como la desescalada impuesta, con la calma que me da la vida y consciente de que escribir me conduce siempre a hurgar muy dentro. Vuelvo tratando de equilibrar mi presente para que no quede estrangulado y yermo entre el ayer y el mañana, porque vivir, vivir, es lo único que debe empeñarme. Arrugo otro papel con ideas inconexas apuntadas en las largas noches de insomnio y estrellas. Lo lanzo a la papelera, y, zas, también estás ahí. Que los recuerdos refresquen mis heridas con suavidad como el agua cristalina que se escurre entre