Me siento extraña escribiendo ésto, pero es verdad. Los ángeles existen.
Lo digo yo, que no soy creyente, y lo digo completamente convencida.Durante los terribles días que vivimos desde aquella llamada de madrugada, el maldito 17 de Diciembre, cuando la policía inglesa nos informó del accidente de nuestra hija, nos hemos ido encontrando "casualmente" con personas desconocidas que nos han socorrido, justo cuando más lo necesitábamos, y a las que yo llamo ángeles.
Cómo si no explicaríais que en la sala de embarque de Barajas, cuando sumidos en la desesperación de no saber si llegaríamos a tiempo de ver viva a nuestra hija, cuando la realidad había hecho añicos la vida que conocíamos, y el miedo y la angustia eran tan grandes que a penas nos dejaban respirar, una mujer desconocida se levantara de su asiento y viniera a abrazarme. "No se lo que te pasa, pero intuyo que necesitas un abrazo" y fue un abrazo intenso, sincero, de esos que percibes como un salvavidas, y fueron unas palabras de apoyo que no olvidaré nunca. Juanita, que así se llama esa mujer y su marido Brian, nos acompañaron durante el vuelo en Easyjet a Luton y se encargaron de que la tripulación de nuestro vuelo estuvieran completamente volcados con nosotros, tanto que la compañía aérea nos evitó colas en el control de la policía inglesa y dispuso un taxi que nos esperaba en el aeropuerto para llevarnos hasta el hospital de Gambridge. Un taxi, gentileza de una compañía de bajo coste pero de grandes valores humanos. Juanita, que vive en Londres, no dejó que cogiéramos solos ese taxi y nos acompañó una hora de trayecto hasta la entrada de la UCI, donde tuvimos que despedirnos.
Nadie, nadie puede si quiera hacerse una idea de lo que vivimos aquellos 19 días en el hospital Addenbrooke de Cambridge, pero en mitad de la tormenta que estaba aniquilando la vida que habíamos conocido, surgieron nuevos ángeles, en cada momento decisivo.
El consulado nos envió a Irune, una trabajadora del ministerio de Trabajo y Seguridad Social, que fuera de sus tareas administrativas, que no fueron pocas, se volcó personalmente con nosotros. Sus mensajes constantes de apoyo, sus visitas fuera del horario laboral, sus abrazos y todo el cariño que ella y su marido nos proporcionaron, fueron de un valor inestimable. No tenemos palabras de agradecimiento suficientes. Irune además se encargó de recoger las cenizas de María y nos alojó en su propia casa. ¿Cómo se puede agradecer tanto amor?
Otro ángel es sin duda Susana, una de las enfermeras españolas que cuidó a María y que la acompañó, con todo cariño y profesionalidad, en su ultimo suspiro. Susana que pedía turnos dobles para cuidarla personalmente. Ella que había vivido en sus propias carnes una situación similar con su único hermano, fallecido años atrás en Italia, y que dedica su vida al cuidado de enfermos en la UCI de neurocirugía. Susana te queremos para siempre en nuestra vida.
También nos cruzamos con otro ángel días después del fallecimiento de María, cuando regresamos a Londres a recoger sus cenizas. Una joven gallega que nos acompañó desde el aeropuerto de Stansted en tren y luego en el metro de Londres, y que intuyó nuestro sufrimiento de forma inmediata; "no me digas que te pasa, no quiero saberlo" y tras encaminarnos a nuestra estación de destino, nos dio un abrazo y desapareció.
No se si son señales, no se si María las puso en nuestro camino. Solo sé que confío plenamente en el género humano y que, probablemente, porque estamos acostumbrados a percibir la maldad, nos perdemos estos seres de luz que "casualmente" están cuando más los necesitamos.
Comentarios
Publicar un comentario