Llueve y el aire frío de noviembre azota a cachetazos las ramas de nuestro abeto contra la ventana de mi habitación arañando los cristales, a veces con suavidad y otras con furia extrema, mientras las gotas de lluvia resbalan tintineantes bailando o llorando amargamente según el instante. El cielo plomizo se derrumba anunciando que el invierno se aproxima, y yo, acurrucada contra la almohada, sigo buscando en la naturaleza mensajes secretos que me ayuden a masticar tanta melancolía. Me da pereza empezar el día, me duele vivir en esta tristeza oscura y muda pero debo seguir adelante. Me lo debo. Se lo debo.
El abeto que me vigila desde la ventana y reclama insistentemente mi atención, nos acompaña desde nuestra primera navidad en esta casa. Sobrevivió
milagrosamente a las luces y adornos navideños, al calor del hogar, a las
travesuras de nuestro querido Res y a nuestra inconsciencia ecológica, y en
reconocimiento a sus ganas de vivir decidimos que ocupara un lugar especial en nuestra terraza. Desde entonces,
hace más de 20 años, vive con nosotros ahí, y en su
inmensa generosidad nos ha permitido disfrazarlo con cuidado cada navidad
regalándonos una preciosa estampa nórdica frente al ventanal del salón. Ahora nuestro abeto lleva dos navidades desnudo, sin
sus luces de colores, ni su espumillón y sus campanillas plateadas, sin su carnaval particular, pero golpea el
cristal de mi ventana, una y otra vez, para recordarme que sigue ahí, que el
tiempo no se detiene por más que yo cierre los ojos y me oculte bajo las sábanas, que se acercan de nuevo fechas complicadas y que haremos lo que en ese momento nos pida el alma.
Siempre he tenido sensaciones contradictorias con respecto al
invierno. No me gusta el frío, pero las navidades conseguían compensarlo. Años
atrás eran el momento de volver a nuestra tierra y reunirnos con la familia, de
disfrutar de todos los que teníamos tan lejos. Luego, con mis hijos fuera, experimentábamos
las mismas sensaciones de felicidad por los reencuentros y aunque como en todas
las familias, con los años iban apareciendo sillas vacías: el abuelo Felipe, la
abuela Luisa, el padre de Luis, la abuela Maruja, el tío Maca… el cariño de
nuestra familia fortalecía nuestros lazos y las nuevas generaciones llenaban de
alegría y esperanza nuestros días.
A mis hijos les encantaba la navidad precisamente por ello.
Regresar a casa y disfrutar de esos reencuentros maravillosos con los amigos y con la familia, siendo conscientes de lo excepcional y extraordinario de ese tiempo para estar
juntos. Sé que son solo fechas en el calendario y sé que muchas personas odian
la navidad por diferentes motivos: desencuentros, falsedad, consumo desaforado,
y sobre todo por las ausencias.. Pero cualquier tiempo es perfecto para salvar lo que tenemos, para empezar a expresar nuestros sentimientos, que nos echamos de menos, que nos necesitamos, para abrazarnos con sinceridad y decirnos te quiero.
Si todavía tienes la oportunidad de cambiar las cosas, hazlo.
No pierdas un minuto. No te empeñes en tener razón, en sentirte agraviado. No
hagas un mundo de cosas realmente insignificantes. No dejes que el infortunio
marque de repente y para siempre tu vida sin haber resuelto tus asuntos pendientes.
Ama, pide perdón y perdona, disfruta, porque quizás mañana ese tiempo sea imposible de
recuperar y tu abeto se seque definitivamente.
Albergo la esperanza de recobrar la felicidad por cada
momento vivido y disfrutar, aunque sea de otra manera, y si acaso consigo la
fuerza suficiente, estoy segura de que lo haré cuando esté preparada. Albergo la esperanza de que Luis y David
consigan también reinstalar esa sensación aunque ahora quieran borrar estas
fechas de sus vidas. La ausencia de María duele y escuece en el alma de una
forma que no puedo explicaros y esa sensación de vacío debe ir asentándose
porque será así siempre.
Siempre te leo. Gracias, un abrazo.
ResponderEliminarRespeto tu anonimato. Ni siquiera se si me conoces, si nos hemos cruzado alguna vez en la calle, o has llegado hasta aquí por cualquier casualidad, eso no importa. Pero soy yo la que te agradezco que me leas y compartas mis emociones a través de este blog. Si hago llegar a tu vida una mínima y puntual reflexión sobre lo efímeros que somos y sobre el valor de disfrutar y amar cada día, las lágrimas derramadas en cada renglón tiene todo el sentido.
EliminarUn abrazo