Querida hija: Con frecuencia la pereza y tu ausencia me ganan y evito escribir por precaución, para no remover a conciencia este dolor que me cruje entera. Me siento desganada frente al ordenador pero esta página en blanco me reta una y otra vez, como si la lucha contra el silencio fuera la batalla que deba librar esta tarde noche de lunes gris. Debo escribirte. Vivo un océano embravecido, con olas que arremeten despiadadas contra las rocas firmes que han sostenido mi vida y van dejando la superficie repleta de una espuma densa y blanquecina que oculta la oscuridad que acecha en las profundidades. Tras cada tempestad, ese mar de nata me deja momentáneamente una extraña sensación de calma aunque soy muy consciente que lo oscuro sigue debajo, allí al fondo y que no desaparecerá con el tiempo. Escribo contra viento y marea. Se que te gustaba que lo hiciera. Que de algún modo me indicas que debo hacerlo. Tecleo sin mucho sentido, borro, escribo algo, borro, lloro, borro,
La muerte de mi hija María ha supuesto una demolición en nuestras vidas. Escribo para compartir mis sentimientos y recordar el gran regalo que fue tenerla.