El duelo se presenta así, sin consuelo posible. No hay salida de emergencia. No hay escapatoria, ni puerta de atrás. Nada lo cura. Me veo en mitad de un naufragio, en un océano desconocido, una noche interminable de tormenta. Algunas personas que han conocido mi infortunio salen en sus barcas tratando de lanzarme un salvavidas, me llaman con desesperación, me alientan para que no desista y resista, como sea, los envites de este mar embravecido. Tratan de salvarme. En la negritud de la noche yo apenas los veo difuminados y escucho sus voces distorsionadas por la distancia y el oleaje. Los percibo tan lejos que no puedo alcanzarlos por más brazadas que intente. No se cómo hacerlo. No tengo fuerzas. La tormenta y el mar se lo tragan todo. Desde sus barcas, los sobrevivientes se esfuerzan intentando aproximarse hasta mi a palazos, casi hasta la extenuación. Algunos lo intentan muchas veces, otros sólo algunas y ante mi imposibilidad de asirme a nada, desisten y se alejan tratando d
La muerte de mi hija María ha supuesto una demolición en nuestras vidas. Escribo para compartir mis sentimientos y recordar el gran regalo que fue tenerla.