Ahora que las mascarillas nos uniforman como autómatas ocultando nuestras sonrisas y una especie de tristeza universal lo envuelve todo, ahora que cualquier lugar cercano nos resulta inalcanzable y casi exótico, sospecho que no hemos aprendido nada. Nada, excepto a lavarnos las manos… Transito desde los pinceles y los colores hacia las palabras que con sus alas me llevan de viaje a los recónditos lugares de mi universo particular y lo hago lentamente, como la desescalada impuesta, con la calma que me da la vida y consciente de que escribir me conduce siempre a hurgar muy dentro. Vuelvo tratando de equilibrar mi presente para que no quede estrangulado y yermo entre el ayer y el mañana, porque vivir, vivir, es lo único que debe empeñarme. Arrugo otro papel con ideas inconexas apuntadas en las largas noches de insomnio y estrellas. Lo lanzo a la papelera, y, zas, también estás ahí. Que los recuerdos refresquen mis heridas con suavidad como el agua cristalina que se escurre entre
La muerte de mi hija María ha supuesto una demolición en nuestras vidas. Escribo para compartir mis sentimientos y recordar el gran regalo que fue tenerla.