Últimamente me levanto más tarde que de costumbre. Estoy cansada. Me duele la espalda, he perdido flexibilidad, he ganado algo de peso y tengo una constante sensación de tristeza por lo que empezar el día se me hace bastante cuesta arriba. Papá ya está en la ducha. La luz a media mañana atraviesa la ventana inundando de claridad la habitación, cegándome, intuyo, como advertencia que el resto del día iré con los ojos achinados para ver, a medias, que todo continúa en un mundo en el que tú no estás. Me escondo bajo la almohada mientras me voy haciendo a la idea de que tengo que empezar, que no me queda otra. Separo despacio el nórdico hacia los pies y realizo, con desgana, sobre la cama, mis estiramientos mañaneros. Los hago cada día desde hace tanto tiempo que ni recuerdo. Me crujen las vértebras, los hombros, las rodillas, los dedos. María se reía cuando me veía hacer mis ejercicios y decía “pareces un cruch”. Por unos instantes, al recordarlo, sonrío. Ya no me repito ca
La muerte de mi hija María ha supuesto una demolición en nuestras vidas. Escribo para compartir mis sentimientos y recordar el gran regalo que fue tenerla.