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La mujer trasparente


Caminaba por la acera arrastrando los pies con el bolso raído colgando al hombro, los zapatos desgastados y el pelo cano. A veces, llevaba una bolsa de papel vacía o compraba cualquier tontería en un chino para disimular que había salido sin ninguna razón porque hasta para pasear necesitaba justificarse.

La observaba desde hace años ojeando de refilón los escaparates del centro, con la mirada difuminada evitando que los gigantescos cristales le devolvieran  su propio reflejo y le recordasen, sin anestésico ni remilgos, que no era ni sombra de lo que fue, que el tiempo y las desgracias le habían arrebatado todo, que su vida estaba ahora carente de sentido y que no le importaba a nadie.

Ella, que sonría tímidamente cuando saludaba a algún conocido respondiendo "bien, estoy bien",  sabía de sobra que las preguntas de cortesía merecían respuestas iguales y que ya nadie tenía un rato para escuchar penas ajenas, así que para qué ir más allá. 

La veía deambular muchos días al atardecer e intuía que regresaba a su casa del mismo modo en el que había salido: vacía y sola. La imaginaba cada noche cenando, frente al televisor, un pedacito de pan con jamón de york y un yogur desnatado, y acostarse a eso de las doce y media, con un vaso de agua con limón y cuatro pastillas y sin la menor esperanza de que el día siguiente pudiera ser un poquito mejor.

A mí no me pasará, solía pensar, pero ahora no puedo asegurarlo.




Estamos solos frente a nuestra propia existencia y el proceso de aceptación de las pérdidas es muy complejo si no contamos con recursos personales que nos ayuden a enfrentarnos a esa realidad. Una vez hemos sido capaces de aceptar, otro arduo trabajo es tomar las riendas de nuestra vida y decidir qué hacer con lo que nos queda. Pero tampoco eso es algo que suceda con facilidad o en un tiempo determinado, y hay algunas personas que se pierden en el camino. Algunas voluntariamente, pero otras muchas porque no saben o no encuentran de dónde tirar.

No podemos culpar a nadie por ser como es, por no tener habilidades, no podemos decirle lo que debe o no debe hacer, pero podemos acompañar, escuchar sin juzgar, abrazar…

Cada persona tiene una forma diferente y única de afrontar la vida en función de cientos de variantes que tienen que ver con la biología, la psicología, la cultura, la madurez, la historia personal... y cada una necesita su tiempo.

¿Qué me está ayudando a mí?
Sinceramente creo que mi predisposición natural a ver el lado positivo de las cosas, pensar que por naturaleza todos somos buenas personas, no juzgar a nadie y agradecer cada cosa buena que me ha pasado. Dejar la mente en blanco un buen rato cuando me abruman pensamientos oscuros, abrazar, llorar, reír, caminar por el campo, escribir...


¿Qué he aprendido este tiempo? 
Que la vida no está bajo nuestro control, que las cosas importantes, las verdaderamente importantes no tienen nada que ver con el éxito o el dinero, que el tiempo es relativo, que el apego es malo, que los recuerdos son un tesoro, que el amor con mayúsculas es eterno, que no existe el olvido cuando hemos amado tanto y que estamos de paso, solo de paso.




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