Últimamente me levanto más tarde que de costumbre. Estoy cansada. Me duele la espalda, he perdido flexibilidad, he ganado algo de peso y tengo una constante sensación de tristeza por lo que empezar el día se me hace bastante cuesta arriba.
Papá ya está en la ducha. La luz a media mañana atraviesa la
ventana inundando de claridad la habitación, cegándome, intuyo, como
advertencia que el resto del día iré con los ojos achinados para ver, a
medias, que todo continúa en un mundo en el que tú no estás. Me escondo bajo la almohada
mientras me voy haciendo a la idea de que tengo que empezar, que no me queda
otra.
Separo despacio el nórdico hacia los pies y realizo, con
desgana, sobre la cama, mis estiramientos mañaneros. Los hago cada día desde hace
tanto tiempo que ni recuerdo. Me crujen las vértebras, los hombros, las
rodillas, los dedos. María se reía cuando me veía hacer mis ejercicios y decía “pareces un
cruch”. Por unos instantes, al recordarlo, sonrío.
Ya no me repito cada mañana, como hacía los primeros meses, que
no ha sido un sueño. Creo que esa parte la tengo más aceptada aunque, a veces,
la debilidad y la añoranza me hacen imaginar
que no ha ocurrido. Son apenas unos instantes fugaces, pero dulces y la prueba evidente de que mi tiempo de
negación no ha concluido del todo. Es humano tratar de evitar el dolor…
Una nota de voz en mi móvil, a eso de las 11 y media, siempre
es Lola y su “¿tomamos un café?”
Hay tan poca gente capaz de sostenerme la
mirada cuando se me nublan los ojos que tenerla en mi vida es todo un privilegio.
Ella entiende mis días negros y no me apura. Me abraza, tomamos un café y
fumamos un cigarrillo en la terraza del Enigma, casi a escondidas, porque ambas
sabemos que, antes que tarde, tenemos que dejarlo. Quizás el mes que viene.
He ido a la pelu. No sé si ha sido buena idea. Me he visto
reflejada irremediablemente en el espejo durante un buen rato y he constatado que
las huellas que el dolor ha dibujado en mi cara continúan ahí, quizás más pronunciadas y probablemente para
siempre. Montse y Jesy se han esforzado por alegrarme el día, pero mi pelo es
solo un marco y el cuadro, el cuadro hoy no tenía solución. Tal vez otro día.
Regreso a casa y en el ascensor reflexiono, unos instantes, sobre como el deseo
de evitación de mi propia imagen me da indicaciones de mi momento en el duelo.
No tengo prisa. Estoy aprendiendo a identificar mis
emociones, mi dolor. No soy ni más ni menos fuerte que cada uno de vosotros,
así que os anticipo que a veces puedo y otras no.
Ayer por la noche, volví a leer algunas explicaciones sobre
el proceso de reconstrucción tras una gran pérdida. Leer me ayuda a entender y
entender a no volverme loca.
Lo que somos, la imagen que tenemos de nosotros mismos es un reflejo
compuesto por múltiples pedazos de lo que somos para los demás. Los trozos más
grandes corresponden a las personas que más nos importan. Cuando se produce una
pérdida de alguien muy importante en nuestra vida, esa parte del espejo desaparece y dejamos de ver lo que éramos para
esa persona. Dejamos de vernos completos y reajustar ese puzle es lo que
resulta tan complejo y tan doloroso.
Mi hija reflejaba en mi espejo mi figura de madre confidente
y consejera, mi parte más guerrera y femenina. Mi yo más inconformista y aventurero.
Mi parte viajera, mi yo más mimoso. La
parte de mí más segura, la organizadora, la exigente, la asesora, la decoradora, la loca de la
vida…
Todos esas partes que ahora no están.
A mi yo le falta ahora un gran trozo y me encuentro bastante perdida tratando de reconstruirme, pero estoy en ello.
Es tarde. Recibo un mensaje de messenger de un antiguo compañero de
María al que solo conocía a través de las conversaciones que solíamos tener
hablando de trabajo.
“… poca gente habla de su familia. María si lo hacía. Me
encantaría que mis hijos hablasen de mí como ella lo hacía de vosotros…”
De nuevo un regalo que María nos hace a través de sus amigos. ¿Mamá estás orgullosa de mi? Cómo no estarlo, mi vida.
Gracias Marcos.
Mañana será otro día.
Yo te veo tan guapa, tan consciente, tan tierna..., yo veo en tu cara que va a dejar de doler tantísimo, y sé que me permites el atrevimiento, porque te lo digo con todo el cariño que nos permite esta montaña rusa tan rápida que no da tiempo a saber quién somos. Esa pieza tan grande que nos falta y que tan bien has explicado, vamos a sentirla sin poder tocarla..., yo te lo veo en la cara. Mil besos.
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