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Nos robaron las sonrisas

Ahora que las mascarillas nos uniforman como autómatas ocultando nuestras sonrisas y una especie de tristeza universal lo envuelve todo,  ahora que cualquier lugar cercano nos resulta  inalcanzable y casi exótico,  sospecho que no hemos aprendido nada. Nada, excepto a lavarnos las manos…

Transito desde los pinceles y los colores hacia las palabras que con sus alas  me llevan de viaje a los recónditos lugares de mi universo particular y lo hago lentamente, como la desescalada impuesta, con la calma que me da la vida y consciente de que escribir me conduce siempre a hurgar muy dentro. Vuelvo tratando de equilibrar mi presente para que no quede estrangulado y yermo entre el ayer y el mañana, porque vivir, vivir, es lo único que debe empeñarme.

Arrugo otro papel con ideas inconexas apuntadas en las largas noches de insomnio y estrellas. Lo lanzo a la papelera, y, zas, también estás ahí.


Que los recuerdos refresquen mis heridas con suavidad como el agua cristalina que se escurre entre mis manos mientras acaricio nuestro río, ahora que puedo nuevamente tocar la tierra húmeda que nos fue prohibida, ahora que los vencejos sobrevuelan sobre mi nostalgia, y que los árboles muestran espléndidos sus verdes brillantes de primavera. Ahora que las hojas arañan la brisa que azota suavemente mis cabellos enmarañados en esta mañanita de finales de mayo, te sueño paseando de la mano de papá junto a Gos, obnubilada en una conversación intrascendente y salpicada de risas y chascarrillos y alguna discusión cabezona con la que llevarnos la contraria y así pasar el rato. 

Tenías pocos silencios y cuando callabas era siempre preludio de tormenta.

Impulsiva, incisiva, furiosa, como un trueno que rompe el firmamento en un instante sobrecogedor... pero instante.. Tenías que soltarlo todo para que no se atragantara y lo hacías con vehemencia. La injusticia, la deslealtad, la envidia, la intolerancia, te resultaban siempre inaceptables, y con la misma rapidez que desaparece el estruendo del rayo, así llegaba a ti la calma. Cuantos te conocieron saben bien que no tenías dobleces, que para bien o para mal, dirías siempre lo que pensabas.

Te recuerdo en tantas noches con el pelo recogido en un moñete improvisado con un lápiz, tu camiseta de dormir y la pared de tu cuarto repleta de posits de colores con nombres, fechas y frases organizadas de un modo tan estratégico que solo tu entendías y que a mi me sugerían un mar de colores ácidos y un desorden descomunal por el que navegabas con gran soltura. Tu mesa de estudio desbordada de apuntes y archivadores, las cajas de rotuladores, las tijeras, los papelitos… y así preparabas tus clases de música tan a tu estilo. Música sobre música porque tu habitación retumbaba a cualquier hora y todo tu cuerpo bailaba de la cabeza a los pies. 

Te veo ensimismada, sin control alguno sobre el tiempo, componiendo aquellas maravillosas presentaciones de powerpoint  para tus niños en las que nosotros, a tu disposición, también participábamos y papá ponía la voz a Mozart o a Vivaldi que contaban sus historias y yo buscaba imágenes de oboes y clarinetes, corcheas y semifusas para completar tus fichas…

El mundo ha cambiado mucho desde que no estás. El mundo de todos y especialmente el mío, pero los recuerdos de tu vida me acompañan envolviendo con suavidad mi corazón herido y me llegan ecos de tu nombre desde lugares lejanos y a través de personas que nunca habríamos imaginado, María. Y así voy prologando en el tiempo la vida que no viviste. Ahora cientos de niños y de familias, pronuncian tu nombre junto al de Pancho, sin saber quizás que nuestro cuento es parte de esa vida que vivirás a través de ellos. 

Sé que les deseas a todos un camino lleno de emociones y aventuras,  compartido desde la generosidad y el respeto, desde el amor a la familia, a la naturaleza y a la libertad, desde la intensidad y emoción que produce perseguir los sueños, siempre. Solo así la vida es una increíble aventura que merece la pena.




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