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La onda expansiva de un gran duelo.


Junto a la desesperanza desgarradora que produce la pérdida de un hijo, llega el descalabro de la impotencia: la incapacidad de minorizar el dolor de los tuyos.


La incapacidad total para ayudar y sostener a los tuyos.

Un gran duelo lo desmorona todo.  Te hace añicos emocionalmente y alcanza a todos y cada uno de los tuyos. No queda títere con cabeza. Es un terremoto devastador en el que todos, familia y amigos íntimos, quedan destrozados en plena zona cero.
Lo que trato de explicar es que, tras la muerte de un ser querido, además del propio duelo, del dolor por la pérdida,  surgen daños colaterales muy difíciles de gestionar.  Empezar a aceptar que lo que se ha perdido es para siempre produce una impotencia total que te deja completamente vacío y agotado y eso hay que digerirlo con las tripas, con la mente y con el corazón, pero tienes además que asumir la dura tarea de ser consciente de tu incapacidad para sobrellevar el duelo de los demás..

Miro con ojitos de cordero degollado a Luis mientras se me escapa una lágrima y pienso en las veces que antes me dejaba caer con la certeza de que él estaba siempre ahí, en ese preciso instante, pero sé de sobra que ahora no puede sostenerme. Y siento que se muere por dentro, porque no hay de donde sacar aliento para ayudar al otro. Me pasa lo mismo. ¿Cómo ayudar cuando las heridas sangran al tiempo? ¿Cómo acompasar ese dolor y estar ahí para los tuyos si no puedes con tu alma? Lo leo en los ojos de quienes me quieren y sufren por nuestra pérdida. No hay energía a compartir, de modo que  voy aprendiendo que el dolor se atraviesa en la más pura soledad. Nadie puede cargar con el tuyo y tu no puedes con el de los demás.
Esta es quizá una de las razones por las que la ayuda profesional, la de personas especializadas en acompañamiento en el duelo, o los grupos de ayuda son eficaces. Necesitamos la compañía de quienes están dispuestos a escuchar y a abrazarnos durante este proceso. Ese hombro capaz de sostener nuestras lágrimas es de un valor inestimable y sorprendentemente surge de quien menos te lo esperas.

Hay que desescombrar para reconstruirse de nuevo, de otra manera…

Cada día soy más consciente de todo lo que la muerte de María me está enseñando.
A valorar los instantes con las personas que quiero, a “perder” el tiempo escuchando el dolor de los demás, a no juzgar a quienes no se atreven o no quieren manifestarse, a ser paciente, a decir lo que pienso sin miedo…

Hoy quiero dedicar esta entrada a mi hijo David. Mi “calimero”.

Querido hijo, nunca fui del todo consciente de tu valentía, aunque tu hermana no dudó nunca de que estabas en el camino correcto (que sabia era). No importa donde llegues o lo que hagas, porque no es la meta sino lo que hacemos para intentar conseguirla lo que debe importarnos. Admiro tu valor, tu sacrificio y la forma en la que afrontas la vida que te ha tocado. Admiro tu capacidad para elegir con acierto a quienes te acompañan en tu camino, tu generosidad y entrega y el modo en el que cuidas de todos. He descubierto que eres mucho más fuerte de lo que jamás me había imaginado y que los valores que papá y yo tratamos de sembrar en ti han germinado y son ya un hermoso tronco que sostendrá tu vida y donde nos cobijaremos. Nos haces sentirnos orgullosos y felices. Te quiero.

Comentarios

  1. Ojalá pudiera tener la fuerza de David, porque esos valores son los que llenan de vida a su hermana en una dimensión sin cicatrices. Ojalá tu hijo tuviera un blog donde nos alentara con algunas pinceladas de su amor por María y por su propia vida. Yo lo intento cada día, pero el recuerdo de Samuel me va hundiendo en el pantano de la tristeza de esta Historia Interminable.

    Gracias por seguir escribiendo, amiga.

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