Hay una parte de mí que todavía se resiste a aceptar que no estás. Lo sé porque si puedo evitar entrar en tu habitación, lo hago.
Tu puerta, que antes siempre estaba abierta, permanece
cerrada a cal y canto y, o la ignoro, o la temo.
Tengo la certeza de que lo
realmente difícil para emprender este particular viaje que va desde la cocina
hasta a tu cuarto, es estar preparada para el regreso. Que lo
verdaderamente complejo es, precisamente, pasar del “ahora contigo” al “ahora sin ti” de vuelta, así que, por el momento, sólo algunos días encuentro fuerza suficiente
para cruzar esa puerta, y lo hago cogiendo aire con determinación, apretando los dientes y sin quedarme mucho rato entre tus cosas más
privadas porque sé que el regreso al ahora me deja exhausta.
Aparté algunas cosas los primeros meses de rabia negra y
cólera fuliginosa con la absurda esperanza de que, al no verlas, dolería menos. Fui regalando a tus amigas tu
ropa, tus zapatos, tus bolsos y algunos colgantes pero no he podido ir más allá, de modo que, aunque tu armario se ha quedado casi desnudo, tu cuarto permanece igual que lo
dejaste: congelado en el tiempo como ahora tu recuerdo.
Permanecen allí, por montones, tus tesoros que iré
descubriendo, poco a poco, cuando esté preparada y haya aprendido a vivir sin ti.
Me sentaré sobre tu cama y abriré, una a una, tus cajas secretas. Leeré tus
cuadernos de viaje y soñaré que los dejaste ahí, llenos de anotaciones y tips
maravillosos, para que yo los haga.
Abriré la puerta de tu baño y me reflejaré en el espejo en
el que tú te mirabas y te imaginaré recién duchada con tu albornoz gris y un
turbante morado sobre tu pelo húmedo, escondida entre el vapor del agua caliente
y el olor intenso a mandarinas, jazmines y bergamotas. La ropa revuelta por el suelo. Tu mano arrugada deslizando las
gotas de agua sobre el cristal dibujando corazoncitos con tu nombre.
Luego, en
tu ritual mañanero, te veré definir con el eyeline negro una raya gruesa sobre
tus párpados de terciopelo para alegrar esos ojitos tristes que siempre decías
que tenías por mi culpa. Con la brocha especial, te aplicarás los polvos mágicos
para que el sol mediterráneo alumbre tus mejillas, y te repasarás los labios con aquella
barra granate oscuro que tanto me gustaba. Y mientras te arreglas para salir, yo, desde la cocina, te observaré como siempre, ensimismada y atenta a cada detalle, y cuando te des
cuenta, tratarás de fastidiarme y me echarás la culpa de tu carita de pez, de tus ojos tristes, de tu boquita de piñón…Y saldrás del baño como una loca corriendo a abrazarme y a decirme
que era broma, y yo me haré la enfadada hasta que me llenes de besos que me marquen
toda la cara y te pediré, por favor y entre risas, una tregua.
Recordaré tu perfume, las planchas calientes para tu pelo
negro, la música a todo volumen y tú siempre riendo. Te recordaré divertida,
aventurera, cariñosa, preciosa como tu eras.
Antes, la frontera entre tu habitación y el resto de nuestra casa, solo permanecían cerrada puntualmente a petición tuya pero ahora, el pasaporte
que necesito para cruzar a tu territorio, me cuesta la vida entera.
Toda la fuerza del mundo para traspasar esa puerta. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias César. Todos los abrazos nos ayudan a intentarlo. Un beso muy fuerte.
EliminarAdoro leerte y recordarla a través de tus palabras. Tus descripciones detalladas hacen que los recuerdos me inunden la mente. Un abrazo enorme
ResponderEliminarEsa habitación con el suelo repleto de maletas abiertas y ropa revuelta que estaba llena de risas. También la tuya Noe. Así está en mi cabeza. Un abrazo inmenso.
EliminarMil besos aún incrédulos de todo lo que es posible que nos ocurra. Precioso tu don para expresarla ��������
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